Fernanda era una chica de 14 años como cualquier otra. Asistía al instituto, por la tarde tenía clases de natación, se reunía periódicamente con sus amigos,… en fin, una adolescente cualquiera.
En un receso del día viernes, su grupo de amigos deciden jugar a un popular juego basado en la famosa historia de nueves veces Verónica. La actividad consistía en pararse a oscuras frente a un espejo y repetir nueve veces el nombre del espíritu, el cual debía aparecer tras realizar el ritual.