Esta leyenda tiene lugar en Guadalajara, México, a principios del siglo pasado. Habitaba cómodamente en la ciudad un rico comerciante de café, don Jesús Flores, quien era viuda hace desde hacía mucho y no tenía hijos. La soledad le pesaba, por lo que decidió buscar una nueva compañera. Amante de las mujeres jóvenes y bellas, empezó a cortejar a las hijas de una mujer viuda. La menor de éstas, de nombre Ana, aconsejada por su madre acerca de la conveniencia de desposar al acaudalado pretendiente, aceptó los requerimientos del señor Flores, y pronto hubo boda en Guadalajara. No mentimos si afirmamos que separaba a la pareja alrededor de medio siglo.
La niña Ana, ahora orgullosa esposa del señor Flores, pronto comenzó a exigir privilegios propios de su clase. Gastó una fortuna en decorar y amueblar la nueva casa, y agregó, en la parte superior, dos esculturas de perros que hizo traer de Nueva York. Desde entonces la morada fue conocida como la casa de los perros por los habitantes de la ciudad.