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La leyenda de la casa de los perros

Esta leyenda tiene lugar en Guadalajara, México, a principios del siglo pasado. Habitaba cómodamente en la ciudad un rico comerciante de café, don Jesús Flores, quien era viuda hace desde hacía mucho y no tenía hijos. La soledad le pesaba, por lo que decidió buscar una nueva compañera. Amante de las mujeres jóvenes y bellas, empezó a cortejar a las hijas de una mujer viuda. La menor de éstas, de nombre Ana, aconsejada por su madre acerca de la conveniencia de desposar al acaudalado pretendiente, aceptó los requerimientos del señor Flores, y pronto hubo boda en Guadalajara. No mentimos si afirmamos que separaba a la pareja alrededor de medio siglo.

La niña Ana, ahora orgullosa esposa del señor Flores, pronto comenzó a exigir privilegios propios de su clase. Gastó una fortuna en decorar y amueblar la nueva casa, y agregó, en la parte superior, dos esculturas de perros que hizo traer de Nueva York. Desde entonces la morada fue conocida como la casa de los perros por los habitantes de la ciudad.

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La leyenda de la casa de la tia Toña

Cuenta esta leyenda que habitaba un inmueble ubicado en la tercera sección del Bosque de Chapultepec, un mujer, viuda a la sazón, conocida por todos como Toña, que sola y sin hijos deseaba tener por compañía a alguna persona que pudiera aliviar sus largos días de soledad. Así fue que concibió la idea de recoger niños pobres a los que cobijar y alimentar, lo cual la hizo muy popular entre los vecinos de la localidad, ya que todos comentaban que con sus buenas acciones se había ganado el cielo.

Sin embargo, la tragedia estaba a punto de estallar en la casa de la tía Toña, como era conocida por todos.

Se rumoreaba que la mujer guardaba en su casa grandes cantidades de dinero, que le habría dejado en herencia su difunto marido, un rico comerciante, y que era gracias a ese dinero, ya que no poseía otros ingresos, que la mujer podía dedicarse tan fervientemente a la obras de caridad. Pronto en las profundidades oscuras de la mente de algunos de los muchachos que ella acogía, alimentaba y abrigaba, de los tantos niños y jóvenes pobres que existían y existen en Ciudad de México, concibieron la ingrata idea de robar el dinero y huir. Fue así que una noche, cuando todos dormían, un grupo de estos jovenzuelos se dedicó a recorrer la casa, revolviendo el mobiliario y los cajones, en busca del botín que suponían que existía.