En la Ciudad de Guadalajara, México, un hombre de avanzada edad vivía solo en su mansión. Se cuenta que enviudó súbitamente tras un accidente que tuvo su esposa.
Al salir de una glamourosa fiesta fueron asaltados por un malhechor, quien se hizo con la vida de aquella mujer, dejando a Don Jesús Flores herido de gravedad. No obstante, el hombre sobrevivió destinado a vivir el duelo de su querida esposa.
Habían pasado 15 años después del trágico desenlace y el acaudalado millonario se sentía en condiciones de retomar una vida amorosa, a pesar de su avanzada edad. Siete décadas contenía en su haber.
Empezó a cortejar mujeres de la ciudad, con mucha preferencia por jóvenes de tan sólo 20 años. Ana, una hermosa señorita, aunque de escasos recursos, vio en el anciano la posibilidad de cambiar su situación material. Así que se dio a la tarea de seducir al viejo, quien, por supuesto, tomó las insinuaciones de buena manera.
Pasado algún tiempo, unos seis meses quizá, la aristocracia de la ciudad quedó atónita ante una invitación que tocó sus puertas. Don Jesús Flores y Ana contraerían nupcias. El estupor se daba, claro está, por la gran diferencia de edad que existía entre los protagonistas de la celebración. Los chismes relacionados a un matrimonio por interés, no se hicieron esperar. Sin embargo, todos acudieron al encuentro para ser testigos de la unión.
Poco después del conocido casamiento, rumores acerca de la infidelidad de la muchacha empezaron a llenar las bocas de muchos. Se comentaba que la recién casada tenía un romance con el jardinero de Don Jesús Flores, José Cuervos. El cual se trataba de un joven de 25 años, contemporáneo a la muchacha, además de ser considerado muy apuesto. Ignorando la supuesta situación, el septuagenario únicamente deseaba disfrutar de su nueva esposa el tiempo que le quedara en este plano.
Sin embargo, ese tiempo fue como un parpadeo, pues 200 días habían pasado desde la celebración de la boda, hasta el día en que Don Flores murió en extrañas circunstancias.
Para sorpresa de todos, una nueva tarjeta llegaba a los buzones de las pudientes familias de la Ciudad de Guadalajara, anunciando el vínculo sagrado entre Ana y José Cuervos. Prácticamente, luego de velar al pobre viejo.
La nueva boda causó mayor sensación que la primera. El pueblo entero quería ser testigo del descaro de la joven pareja. Quienes, como si no fuera poco, la harían en la casa que alguna vez perteneció al señor Flores.
Llegado el día del evento los invitados acudieron a la mansión que exhibía dos grandes perros negros en la entrada, como si fuesen los guardianes de la propiedad. Todo estaba listo, la celebración daría comienzo. Pero, misteriosamente, las ventanas de la casa se empezaron a abrir y cerrar con brutal furia. Las luces titilaban sin cesar y un grito espectral colmó la atención de todo aquel. La escena era dantesca, la gente corría, desesperada por abandonar el lugar. Los mismos novios dejaron aquella casa, sin nunca más volver.
En la actualidad, la mansión es un conocido museo de la ciudad, pues las personas que intentaron apropiarse de ella, manifestaban extraños sucesos que ocurrían durante las noches. Por lo que nadie quiso vivir en la ostentosa residencia custodiada por los perros.