Se cuenta que en la Ciudad de México vivía una amable mujer, que dedicaba su vida a la atención de niños y jóvenes en situación de calle. Sola, pues no tenía hijos ni familiar alguno, hallaba satisfacción en ayudar al prójimo.
Era muy popular en su barrio por sus buenas acciones. Se le conocía cariñosamente como Tía Toña. Querida por todos, brindaba asilo a todo aquel que lo necesitara, ocupándose además de los gastos de alimentación que ello implicaba.
Siempre atenta, devota y filántropa, llegó a cambiar la vida de muchos jóvenes. Ella representaba una esperanza, una segunda oportunidad.
Sin embargo, había algo que llamaba la atención de aquella mujer. Si dedicaba su vida de lleno a la ayuda voluntaria, sin pedir además, nada a cambio, ¿cómo sostenía el hogar? En alguna ocasión intentó pedir fondos al alcalde, pero le fueron negados. No obstante, el funcionamiento del refugio continuaba como de costumbre.
Entre los vecinos empezó un rumor sobre una posible herencia millonaria escondida en la casa, de la cual se valía Tía Toña para hacer frente a los gastos que en ocasiones con hasta tres docenas de chicos y chicas bajo su cuidado, representaban una suma considerable en las facturas. Y como las malas mañas están a la orden del día en todo el mundo, el rumor llegó a oídos de un par de ladrones.
Durante una noche en la que la buena mujer se encontraba sola, los malhechores vieron la oportunidad de hacerse con la supuesta fortuna que se hallaba en la casa. Tras planear sus actos, se dispusieron a entrar en la casa. Con extremo silencio, pasearon a hurtadillas por toda la residencia, pero no lograban dar con el botín. Frustrados, decidieron abandonar el lugar. A sólo unos metros de escaparse por la ventana que habían entrado, Tía Toña les hizo frente.
Los descuidados movimientos de aquellos ladrones, provocaron ruidos que interrumpieron el delicado sueño de la propietaria. Ésta les amenazó con llamar a la policía. A lo que ellos respondieron tomando un viejo candelabro de la mesa, con un contundente golpe directo a la cabeza de la señora. Acto seguido, se derrumbó en el suelo producto del impacto, pero aún con signos vitales.
En ese momento, los sujetos se pusieron más nerviosos y, dejándose llevar por las emociones encontradas, resolvieron dar muerte a Tía Toña. Haciendo uso del mismo objeto, golpearon brutalmente a la pobre mujer, hasta poner fin a su vida.
Tras el trágico incidente, la casa de Tía Toña quedó abandonada. Sin herederos, el Estado se apropió de la residencia para ponerla en venta o alquilarla. Varias personas estuvieron interesadas en el lugar, pero quienes se quedaban una noche allí, experimentaban una extraña sensación que les recorría el cuerpo. Además de notar como objetos eran movidos de forma misteriosa, aparecían y desaparecían luces que dejaban encendidas, eran apagadas sin explicación y viceversa. Resultó imposible conseguir comprador por lo que la casa quedó clausurada.
En la actualidad, los vecinos de la fallecida Tía Toña afirmaban escuchar lamentos provenientes de la propiedad e, incluso, ver la silueta de la mujer en las ventanas del hogar, como si observase a quienes alguna vez, conoció en vida.