Cuenta esta leyenda que habitaba un inmueble ubicado en la tercera sección del Bosque de Chapultepec, un mujer, viuda a la sazón, conocida por todos como Toña, que sola y sin hijos deseaba tener por compañía a alguna persona que pudiera aliviar sus largos días de soledad. Así fue que concibió la idea de recoger niños pobres a los que cobijar y alimentar, lo cual la hizo muy popular entre los vecinos de la localidad, ya que todos comentaban que con sus buenas acciones se había ganado el cielo.
Sin embargo, la tragedia estaba a punto de estallar en la casa de la tía Toña, como era conocida por todos.
Se rumoreaba que la mujer guardaba en su casa grandes cantidades de dinero, que le habría dejado en herencia su difunto marido, un rico comerciante, y que era gracias a ese dinero, ya que no poseía otros ingresos, que la mujer podía dedicarse tan fervientemente a la obras de caridad. Pronto en las profundidades oscuras de la mente de algunos de los muchachos que ella acogía, alimentaba y abrigaba, de los tantos niños y jóvenes pobres que existían y existen en Ciudad de México, concibieron la ingrata idea de robar el dinero y huir. Fue así que una noche, cuando todos dormían, un grupo de estos jovenzuelos se dedicó a recorrer la casa, revolviendo el mobiliario y los cajones, en busca del botín que suponían que existía.
Descuidados en su accionar, los jóvenes comenzaron a perturbar la paz nocturna, lo que hizo que Doña Toña se despertara y se preguntara qué eran esos ruidos que provenían del interior de la casa. Al salir de su cuarto, se topó con los muchachones, en inequívoca actitud de robo. Empezó a regañarlos y es seguro que el asunto habría quedado allí, pero el temor de ser llevados ante la policía hizo que los jóvenes tomaran una terrible decisión, armados con objetos contundentes, dieron horrible muerte a golpes a la amable tía Toña, para darse luego a la fuga. La policía, una vez, descubierto el crimen, se lanzó en busca de los asesinos; algunas versiones afirman que logró dar con ellos, otras aseguran que nunca jamás se los volvió a ver. Sea como fuere, todo el vecindario lloró la violenta e injusta muerte de una mujer dedicada a las obras de caridad.
Fue poco después, ya la casa vaciada de ocupantes y de objetos (y sin noticias del dinero que había azuzado la codicia de los criminales), que fenómenos extraños comenzaron a ocurrir. La silueta de la tía Toña era vislumbrada desde fuera de la casa, como si su presencia se negara a abandonar el hogar. Cuando alguna persona interesada en comprar o rentar la casa la visitaba, escuchaba ruidos extraños, puertas que se cerraban y abrían sin explicación, muy violentamente, objetos que caían de sus sitios y gritos que parecían intentar disuadir al comprador. Los lugareños aseguran que se trata del espíritu de la tía Toña, el cual, enfurecido ante la ingratitud humana, intenta volver a ocupar su morada para vivir esta vez sin intromisión alguna, en paz, tranquilidad y soledad.